El autor escribió sus memorias a finales de los setenta. Y, cuarenta años después, sus hijos hemos considerado que son lo bastante valiosas como para ser publicadas. Están escritas en primera persona, característica fundamental de la picaresca. Las aventuras de un picaro proletario por sobrevivir al terror y el hambre de la dictadura. Estos recuerdos aportan destacadas novedades, desconocidas por la historiografía, como son los comités de defensa de barriada en los años treinta; la participación de los exiliados españoles en los Regimientos de Marcha de los Voluntarios Extranjeros; la huelga general de 1951; los orígenes y naturaleza de los comisionados obreros, ya en los años cincuenta; el asalto obrero al sindicato vertical en los sesenta y tantos otros temas. La gente anónima en algunas ocasiones, muy pocas, toma la palabra, y con ese acto condena al infierno de evaluación y juicio a los poderosos que vivían y viven sobre la explotación, los sufrimientos y la miseria de la inmensa mayoría. La pequeña historia puede leerse como un relato de aventuras; algunos advertirán una durísima crítica del franquismo. Pero, sobre todo, transmite una ética y una perspectiva propias e inconfundibles, fundamentadas en el orgullo de clase y la solidaridad.