Al repasar su vida, Bayer nos lleva de las redacciones periodísticas a sus investigaciones históricas, dejando ver siempre su compromiso con las grandes causas: los derechos humanos, la defensa de los pueblos originarios, la lucha contra el olvido. Y en ese raid apasionante van compareciendo los testigos presenciales: Walsh, García Lupo, el Che, Alfonsín, Gelman, Hebe, Cortázar, Frondizi, Tomás Eloy, Grondona, Alterio, Sabato, Divinsky, Cossa y tantos. Buenos, malos y regulares. Y aquí y allá, siempre, Soriano, su perdido mejor amigo. Bayer, el hombre que descubrió la otra cara de Severino Di Giovanni y el lado rebelde de la Patagonia. Alemanes de las colonias del norte santafesino, sus padres eran socialistas y antinazis, y el pequeño Osvaldo creció convencido de que ese coronel llamado Perón era un clon del Führer. Criado entre lecturas de Dumas y Salgari, pronto descubrió las grandes tragedias de la vida real. Y fue en la Alemania de posguerra, a la que había llegado para estudiar, donde se inició en la militancia política: primero en la socialdemocracia, pero a la izquierda, y luego en el anarquismo.